viernes, 24 de febrero de 2012

EN ESE MOMENTO CREÍ QUE ERA UNA MUJER DIFERENTE


- Ahora cuénteme algo chévere. Algo guapachoso, hermana –dijo muy serio.

- -Bueno, que a los diez años conseguí mi primer lápiz labial. No sé por qué a los pocos días de haberme tragado las cien pepas comencé a sentir la necesidad de pintarme la boca. No lo sé. Quería mantenerme bien arreglada, y tal. En ese momento trabajaba en la bodega donde pesan el café y pude comprar el primero que vi en la tienda. Recuerdo que lo pagué sin fijarme en el color y salí corriendo con él en la mano. Después vi que era horrible: rojo encendido, de mujer vieja.

Aquella tarde no sabía para dónde corría y cuando me fue pasando la emoción, me senté al lado del bambú y como no me había pintado nunca, y como no tenía espejo, tomé la tapa de un tarro de hojalata y guiándome por el reflejo empecé a pintarme. Pero me teñí demasiado. El labial quedó embadurnado por fuera de los labios, yo creo que algo en la mejilla, algo en la quijada, y así, bien untada, levanté la cara y me fui caminando muy orgullosa. Los que me miraban se burlaban de mí y yo también me reía, estaba feliz, me había cambiado la cara y no me importaba que se rieran o que dijeran lo que les diera la gana porque en ese momento creí que era una mujer diferente.


Extracto del libro “Más allá de la noche”, de Germán Castro Caycedo